sábado, 23 de abril de 2011

Demoliciones

Son algo normal en las grandes ciudades. Desde los tiempos de Nerón, que quemó Roma según la leyenda cantando con su lira, sólo para construir en los terrenos resultantes su Domus Aurea, pasando por el muy laureado Haussman quien con la bonanza económica de la era industrial aprovechó para tumbar al París medieval y dejarnos - mutatis mutandi -  la urbe que conocemos hoy, hasta las mansiones de la Quinta Avenida neoyorquina, casi todas derrumbadas para dar paso a los rascacielos, las grandes ciudades se debaten entre su memoria, la nostalgia, la necesidad de crecer y la codicia, a mi manera de ver lógica, de los propietarios.
Cuando las ciudades no se renuevan, normalmente es porque pasan por períodos de dormancia. Muchas veces este letargo es producto de que ha concluido la bonanza económica en la que florecieron, y por falta de recursos, comienzan a decaer. La desgracia puede tener aherrojada la clave del éxito futuro: Ciudades como Cartagena de Indias, Florencia o Duvrovnik son ejemplos: Si sus habitantes hubieran tenido bienes de fortuna para renovarlas, las edificaciones que hoy admiramos serían otra cosa. A lo mejor ni las conoceríamos.
Cada cierto tiempo en nuestras ciudades se alzan voces de protesta por edificaciones señeras que caen bajo los picos y mandarrias de un progreso que muchos no entienden. En nuestra Caracas, urbe adolescente en muchas cosas, abundan casos: El palacio del Conde de San Javier cae bajo los gritos de pocos; el hotel Majestic (que siempre se me ha antojado como una pensión sublimada), junto con un pedazo del foyer del Municipal que cayeron juntos para dar paso a las Torres del Centro Simón Bolívar y el derrumbe de las casas de Campo Alegre, El Paraíso y afines. Ni qué decir del bárbaro renovador que confunde restaurar con reconstruir, muchas veces con dudosos resultados, como el techo de placa de nuestra Catedral, o edificios convertidos en cajas de cristal, perfectas para climas templados, pero pésimas para nuestro calor tropical. 
El debate entre conservar y destruir es viejo y con argumentos valederos de lado y lado. Voy a tratar de esbozar algunos. 
Como argumentos a favor de conservar edificaciones está la de preservar la memoria histórica. Esta sería la principal razón por la cual se deben mantener edificaciones que, bien por su belleza arquitectónica, bien por el significado y memoria de lo que en ellas haya ocurrido, ameritan mantenerse para admiración de futuras generaciones. Pero en una Venezuela donde bibliotecas, museos y archivos son un estorbo, en la que los sistemas de memoria pública parecen estar tercerizados, con falencias exasperantes como la de que tu nombre no puede salir completo, simplemente porque el burócrata que estableció los campos para la identificación en las aplicaciones asumió que con cierto número de caracteres bastaba, la preservación de edificaciones no está ni por casualidad dentro de las prioridades. 
Como argumento a favor de demoler está el del cumplimiento de los ciclos: Hay caserones hermosísimos, pero totalmente imprácticos en esta época. Como argumento, a los emparejados, imaginen decirles a sus respectivas consortes que se mudarán a vivir a El Cerrito en Lomas Del Mirador, pero con el mismo presupuesto con el que mantienen sus hogares actuales. A lo mejor aceptan seducidos por la arquitectura, pero seguramente, mes y medio después que la  Señora de por día se haya despachado, teniendo que limpiar ventanales, coletear pisos y pulir superficies - para no ahondar en detalles serios de mantenimiento donde el más zoquete es la pintura - estarán al borde de una excepcional crisis de pareja producto del agotamiento.
Lo que trato de decir en chanza es que mantener cualquier edificación en las condiciones de grandeza en que fueron concebidas es una labor titánica y costosísima. Adicionalmente, se suman otros factores no menos importantes, como la propiedad compartida de los inmuebles - muchos de ellos ya en poder de comunidades sucesorales - y el aumento del valor del terreno donde fueron erigidas las construcciones. Otros factores urbanos pueden conspirar en contra, como serían los cambios de uso; muchas de las zonas en las que se construyeron las casas y edificios que hoy admiramos quedan ahora en zonas de paso, o áreas que se han vuelto extremadamente comerciales, deteriorando sensiblemente las condiciones de vida diaria, como le ocurre a los valientes vecinos sobrevivientes de la Urbanización Las Mercedes. 
A pesar de que soy un nostálgico por excelencia, y que aplaudo iniciativas de conservación, no dejo de entender a aquellas personas que ven como solución demoler las edificaciones. No creo que sea una decisión fácil, porque hasta el más endurecido tiene que tener su corazoncito, al momento de derrumbar un sitio en el que pasó buena parte de su vida con alegrías y tristezas, máxime si es un inmueble admirado por muchos. Debe ser una sensación similar a la de tener que mandar a dormir una mascota muy querida para que no siga sufriendo por la enfermedad.