lunes, 20 de febrero de 2012

¿Crees en Fantasmas?

Mi abuela solía decir que no creía en brujas, pero de que volaban, ¡volaban! 

En lo personal siempre me han fascinado las historias de fantasmas por ese dejo romántico anglosajón alimentado por cuentos y programas de TV de mi infancia.

Nunca he entendido por qué los británicos creen tanto en fantasmas; en la medida que sus edificios se van añejando y pasan las generaciones, pareciera que entre sus muertos hay algunos con la extraña misión de quedarse aherrojados en la estructura para salir cada cierto tiempo a espantar.

Mi otra abuela solía decir que en Inglaterra los muertos salían a asustar, mientras que en nuestra tierra salían para decirle a los demás donde había un “entierro”. Por entierro no se debe entender la acepción actual de la palabra, que sería el evento de dejar en la fosa a un difunto, con la pompa y respetos de rigor. 

Los entierros de la colonia también eran como la gente con recursos escondía sus distintos tesoros - compuestos por oro, joyas y demás artículos de valor intrínseco - casi siempre bajo tierra, ocultándolos de la codicia de los demás.

Mientras más pudiente era el propietario, más flojo era para el trabajo físico, por lo que llevaba consigo a un esclavo o sirviente que lo ayudara a cavar la fosa en la que se introducirían los valores, seguramente también después de haberlos trasladado a lomo desde la casa señorial. 

En lo que la fosa estaba lista y los bienes dentro, el ayudante muchas veces era asesinado para que no delatara el lugar escogido. Esos eran los fantasmas que luego aparecían para indicarle a terceros dónde estaba el entierro, seguramente para consumar su venganza frente a su asesino.

Como puede verse, nuestros fantasmas criollos tienen también en su esencia el dejo mercantilista que nos ha caracterizado: ese gesto de justicia escatológica buscaba el doble efecto de vengar la muerte inicua y golpear al codicioso donde más le duele.

Leyendas de este tipo se oyeron en las construcciones de grandes avenidas caraqueñas en el centro de la ciudad en tiempos de Marcos Perez Jiménez. Me refiero a encontrarse el entierro, no a tener un encuentro con el fantasma custodio/promotor.

Se decía que operadores de palas mecánicas paraban su trabajo en lo que sentían un golpe metálico, deteniendo la maquinaria sobre el sitio, para regresar de noche y desaparecer posteriormente y para siempre en un torbellino de riqueza súbita.   

Ante la pregunta que encabeza este post sobre si creo en fantasmas, hay momentos en los cuales uno siente la presencia tranquilizadora de miembros ya idos de la familia, pero éstos no pueden asimilarse a los fantasmas que se imagina uno que va a ver. Es difícil describir esta tranquilidad, pero se da cuando sin poder explicárnoslo, nos sentimos seguros y acompañados, aunque estemos solos y preocupados.

No obstante, tengo toda mi vida esperando encontrarme con un fantasma y esto no ha sucedido aún.

martes, 7 de febrero de 2012

El mes de la amistad...


...¡Si, hombre!... Mientras tanto estoy escribiendo en carrera contra el tiempo, antes que la computadora me suelte la advertencia seca de que la batería estará a punto de echar el resto, tipeo nervioso intentando que me salga una idea buena para cualquiera de mis blogs.

Tuve varias a lo largo de estas semanas, pero desde que una de mis hijas descubrió las bondades de la computadora como reproductor de dividís, tengo ahora que pedirle cita para mi aparato, y al final me dejaron el repele: Algo parecido al agua caliente de la ducha.

Pero mientras tanto, es bueno recordar que estamos en el mes que han tildado del amor... Luego le aparejaron la “amistad”, coleada imagino que por el temor que la gente le ha tomado a comprometerse a largo plazo.

Tal como nos solía suceder en nuestros tiempos de adolescentes, cuando las pretendidas nos mareaban con el rap de la amistad; que si era más fuerte que el amor, que duraba más y toda aquella retórica hueca para mandarnos a paseo, sin que les doliera demasiado la conciencia, mientras esperaban por el galán de turno, ese mismo que ahora es un fofo pelón que nunca logró mayor cosa en la vida...

Si, febrero le empujan ese mote cursilísimo, que se pone peor en el hemisferio norte con su afán mercantilista lleno de tarjetas, regalos y recordatorios. Ahí si que es forzoso hacer regalos aún cuando se trate solo de una amistad. En nuestra tierra pocas veces se regala y solo las telefónicas parecen recordarlo en su actividad promocional.