domingo, 4 de diciembre de 2011

Oír La Casa


Hace un par de días conversaba con un joven compañero de trabajo sobre el sueño ligero. Fue una sucesión de argumentos que comenzaba desde el temor básico que puede traer la noche - para mi amigo algo normal, visto lo vulnerables que podemos ser mientras dormimos - hasta el miedo por lo sobrenatural que supuestamente medra en la falta de luz.

La noche, cuando no es cómplice nuestra en asuntos amorosos o de fiesta, puede ser tremendamente aterradora. Los problemas mientras damos vueltas en la cama se ven más serios de lo que a la luz del día resultan.

Imagen obtenida de Abadía Aljarafe en http://ooche813.blogspot.com/2008/06/paralisis-del-sueno.html 

Un temor básico que recurre una y otra vez es que nos roben mientras no estamos conscientes. El apego por las cosas materiales hace que nos parapetemos detrás de sofisticados artefactos de seguridad, tales como alarmas, cerraduras, cámaras y sensores de movimiento, por mencionar a los primeros que se me vienen a la mente. 

Aún así, hay lugares en los cuales dormir cuesta más, como cuando estamos  fuera de nuestro ambiente acostumbrado, digamos en el campo, donde cualquier grillo puede sonar como un animal desconocido y amenazador.

Nuestra conversación me trajo a la memoria algo que se me había olvidado: el concepto de oír la casa. 

Ya voy para diecisiete años viviendo en edificios, por lo que me he sentido un poco más seguro de noche que cuando vivía en una casa. En edificios, como los gastos se comparten en condominio, pueden disponerse de adicionales recursos de seguridad, reforzados por vigilantes privados.

Los vigilantes los justifico por aquello que el más viejo de mis tíos me dijo una vez mientras peleaba con un tranca palanca en el volante de su carro: “No es que sea más seguro, pero yo confío en que al ladrón cuando vea el aparato le de flojera y se vaya al carro de al lado.” No es que los vigilantes te aseguran más la casa, pero sin duda son una fuente adicional de tranquilidad para dormir.

Otro elemento que aumenta la sensación de seguridad (¡Horrible concepto!) en edificios sobre las casas, es el hecho de compartir la duermevela con el resto de los miembros de la comunidad del condominio: Ya habrá alguien con sueño más ligero que yo que esté alerta si algo verdaderamente grave ocurre. Por último, el estar distanciados de la calle por la altura, hace que por el hecho simple de no poder escuchar fielmente lo que está ocurriendo allá, termines durmiendo mejor.

Pero nada de esto ocurre cuando duermes en una casa-quinta, como se les dice por acá, a pesar de que el concepto urbanístico difiere en distintos lugares de habla hispana. En el léxico jurídico de por acá, que normalmente se me sale por desviación profesional, cuando hablamos de inmuebles, suelen describirse como casa-quinta, posiblemente denotado el purismo por el lenguaje que alguna vez privó.

En una casa, máxime si la edificación ya es entrada en años, los ruidos nocturnos suenan más amenazadores. Ciertos crujidos y golpes provenientes tanto de la estructura como de muebles y hasta habitantes no censados (como tales entiéndase ratones, murciélagos y otros insectos de distinto tamaño), cuando ocurren de noche pueden ser fuente de desvelos.

Casa vieja, imagen tomada de Tejiendo el mundo en http://tejiendoelmundo.wordpress.com/tag/pesadillas/

De ahí que uno cuando habita una casa y adquiere consciencia del peligro que acecha, uno termina por catalogar todos los ruidos que ocurren por la noche y solo alterarse cuando algunos de ellos sea distinto. De ahí puede surgir la reticencia a tener aparatos de aire acondicionado que alteren esa rutina de audición.

Dormir bien puede entonces convertirse en una verdadera proeza, tal como el sujeto de la cuña de TV, con quien me identifico plenamente, no así con su odiosa y estridente esposa, quien me la imagino disociada con la verdadera realidad que al pobre señor aqueja.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Un ejercicio Narcisista

El entorno urbano moderno no puede describirse completo sin mencionar las redes sociales. Ese mundillo que nació en la cabeza de algunos genios y que les ha permitido convertirse en multimillonarios a cuenta del anhelo de los demás de socializar pero dentro de la seguridad del hogar.
Mi vocación en estas ya no tan novedosas lides es el twitter. Acá trataré de hacerle la disección a mi Time Line. 
A la fecha de hoy tengo hechos 2.594 tuits. Mientras retrocedo mi TL para conseguirlos en uno de los actos de mayor egocentrismo que me conozca, veo que muchos de ellos son chistecitos del momento y conversaciones cuyo contexto desdibujó el tiempo. 
Mención aparte merecen las seguidillas de comentarios por acontecimientos específicos como fechas patrias, programas de TV, partidos de la Copa América y Carreras de la Fórmula 1.
Voy a hacer una selección personal para colocarla en un lugar de más fácil lectura y para tenerla guardada en otro sitio en previsión de algún armagedón ciberespacial. Esperemos a ver qué tal me va.
Mis tuits oscilan de la mayor frivolidad a la amargura total de la realidad. De la estupidez supina a la indignación. Imagino que mi psiquiatra, a quien despedí públicamente en ese mismo medio, tiene en mi TL una cantera para tratar mis neurosis.
Mientras escribo, el TL baja holgazán. Por eso voy esbozando este que se me antoja como post coleado para uno de mis dos blogs. No se si el tiempo de que dispongo va a alcanzarme. La mezcla de tecnologías, en la que la CANTV juega un papel fundamental con su banda ancha estrecha conspira contra mi.
Hay chistes que solo yo entiendo y que nadie retuitió, pero que igual me siguen pareciendo fantásticos.
Aunque los autoproclamados expertos en redes 2.0 digan que no importa cuántos te sigan sino la capacidad que te retransmitan, yo soy de los piensan que en este medio no se mide por la edad, sino por el número de seguidores. 
En este mundo soy el eterno adolescente: Mientras baja la lista veo twitteros que sigo desde que eran pequeñitos en número de usuarios y ahora cuentan con ese certificado de mayoría de edad que te otorga el Twitter mediante un sello de verificación.
Mi timeline sigue bajando lentamente, espero que en algún momento pueda llegar hasta los primeros tuits, que fueron similares a los del resto de los mortales, algo así como “vamos a ver como es esta vaina...”
Mientras bajo, me doy cuenta que ha sido una manera de llenar algo que siempre quise: un diario, pero que mi inconstancia natural me ha apartado de el durante mis treinta y déle años de existencia letrada. Antes que piensen que me resto edad, los primeros diez años de vida, si uno escribe algo valioso, pertenece a la categoría de genio de tipos como Mozart.
Todo el tiempo que me ha tomado escribir esto me ha llevado apenas a Abril de este año. Logré hacer una suerte de backup del TL, pero se ve que contiene tanta información que la máquina mía se quedó largo rato pensando qué hacer. Ojalá la memoria virtual de las macs sea mejor que la de las demás.
En octubre del año pasado dejé mi empleo de 13 años en una empresa de telecomunicaciones, le quité el candado a mi cuenta y solté un poco más la correa a los perros de mi imaginación y mi lengua. No se si esto me ha redituado algo, pero seguro si hubo un incremento en mi actividad semiliteraria a través de este medio.
Veo también que mi viejo proyecto literario que llamé “Twitterhistorias” consistente en mensajes individuales que pudieran leerse por si solos, que juntos significaran algo y que leídos en cualquier sentido en el TL hiciera sentido aún está en el tintero. Imagino que no es tan facil como pensarlo, pero algún día lo voy a tratar de hacer.
Mientras la luz me indica que la noche dejó su lugar al nuevo día y como que tengo de dejarlo todo para otro momento. Otro punto para mi eterna lista de cosas que hacer.